Nos recuerdo en la playa, conociendonos y experimentando el zarpazo que deja cicatriz. Nos recuerdo como recuerda Amaral esos tiempos, siempre presentes en sus canciones. Ese lugar atemporal al que se vuelve cuando la espuma te sube al cerebro. Ese reducto impoluto al que no llegan los truenos del día a día. Nos recuerdo allí a los tres, porque siempre son tres. Seremos y somos tres. En la playa, cristalizada, como un recuerdo perfecto al que volver en septiembre, como quien vuelve a sus colecciones de fascículos. Perfecto. Una bola de nieve acristalada que agitar en los días tristes. Rosebud, Rosebud y el olor del mar. La nostalgia de un tiempo espacio singular. Vuestro aroma de verano, el olor de la toalla en que me envuelves al salir del agua al atardecer, cuando ya casi hacía frío, incluso en pleno julio. Porque siempre apurabamos hasta el último rayo desde el amanecer, porque aquel verano consistió en eso, en apurar, como si nos fuera la vida, como si no hubiera después. Y ahora me pregunto ¿acaso había después? O el después era esto, recordar, la bola de cristal de nieve, Rosebud, Rosebud de verano.


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